Palabras de la madre a su hija. Huehuetlahtolli.

05 de Octubre 2020-10-05

Por Karloz Miranda Yaoehecatl



Palabras de una madre a su hija

Hay algunas cosas que cambian con el transcurrir del tiempo, pero otras permanecen por el valor que éstas confieren al ser humano: amor, cariño, amistad, respeto. En ninguna otra figura encontramos estos valores tan íntimamente relacionados como en la figura maternal. De entre estos valores que nunca cambian, que permanecen a través del tiempo, es el amor que la madre siente por su hijo, uno de los más importantes para el ser humano, en cualquier cultura del mundo. Se dice que el amor de una madre por su hijo no se compara con ningún otro amor. Esto hace que la madre se preocupe y se desviva por darle lo mejor a su hijo, para que no le falte nada. Entre las cosas más valiosas que una madre puede dar a su hijo –para que esté preparado para la vida–, son sus consejos, su experiencia de vida, su sabia palabra.

En el México antiguo el uso de la palabra era un arte. La palabra florida, la palabra sabia, la palabra bien articulada, la palabra bien hablada. Aquí les mostramos un pequeño fragmento de cómo las madres del México antiguo hablaban a sus hijas, de cómo les aconsejaban, y veremos también cómo las hijas hacían uso de la palabra, cómo contestaban ellas a sus madres. Con esto veremos el valor tan alto en que se tenía a la palabra, al respeto, al amor, pero sobre todo a la figura materna, a la madre. 

“Ahora mi niñita, tortolita, mujercita, tienes vida, has nacido, has salido, has caído de mi seno, de mi pecho… Ojalá no andes sufriendo en la tierra. ¿Cómo vivirás al lado de la gente, junto a las personas?

Y, tú, no te abandones, no seas desperdiciada, no te quedes atrás, tú que eres mi collar, mi pluma de quetzal; no se dañe tu rostro, tu corazón…

No vayas buscando discusión, no sin consideración la ofrezcas; sólo con calma, poco a poco expondrás tus palabras, y no irás como tonta, no irás jadeando, no irás riéndote, no irás viendo delante de ti, no irás siguiendo con la mirada a la gente… sólo irás erguida de frente, sólo iras viendo de frente cuando te dirijas a las personas o salgas ante ellas o cuando las encuentres.

Y bien canta, bien habla, bien conversa, bien responde; la palabra no es algo que se compre. No como muda, tonta, te vuelvas. Y el huso, la tablilla para tejer, hazte cargo de ellos, la labor, lo que eleva, asciende como el olor, lo que es la nobleza, el merecimiento, los libros de pinturas, lo que es un modelo, el color rojo (el saber).

Y no sientas como dulce, no sientas como sabroso el sueño, el acostarse. Tampoco andes siguiendo así nada más el día, la noche; ello no es recto, bueno, hace adquirir a la gente, la hace querer, le enseña lo que es malo, lo hecho con pereza.

Si alguna cosa te es dicha, te es comunicada, te es ordenada, bien la escucharás, bien la pondrás en tu corazón para que no la olvides, y la realizaras bien, no la desdeñaras, no le harás desaire a la palabra.  

 

Y si alguien algo te dijera, de algo que es necesario a tu corazón, o con lo que sobre la tierra bien se vive, con lo que está uno de pie, bien lo tomarás, lo harás parte de tu vida.

E inclínate, baja la cabeza ante las personas, junto a la gente sé respetuosa, sé temerosa con ella… Con tranquilidad, con calma vive, ama a las personas, sé benévola con ellas… No veas a la gente con desdén, no seas avara.

Y no busques mal, no estés escudriñando a las personas por su riqueza cuando el Señor Nuestro [Totecuhtli] a alguien se la da.

No hagas sufrir a alguien, no así le hagas, no de alguien te burles porque luego así tú te afligirás; y cuídate de no jugar con la maldad, no hagas tu madre y no hagas tu padre (no hagas tuyo) el esparcir de la ceniza, la encrucijada (el peligro).

Y no te hagas amiga de los mentirosos, de los ladrones, de las malas mujeres, de los entrometidos, de los perezosos, para que no te riñan, para que no te hechicen…

[…]

Si así haces esto, lo que te he dicho, con lo que te he orientado, así en verdad bien vivirás, con el favor de las gentes… Así cumplo contigo, yo anciana… Porque nada se volverá engaño alguna vez si tomas esta palabra, si la escuchas, si a tu pecho, si a tu seno la acercas.”


Palabra con la que contesta la hija a su madre

“Me has favorecido, mi hermana mayor, a mí que soy tu collar, tu pluma preciosa. ¿A dónde en verdad me irás a dejar? ¿A dónde me irás a entregar? Porque en tu seno, en tu pecho he vivido, he nacido, yo muchachita, niñita. Que así yo lo tome, que así yo lo vea en ti que tú eres mi madre, mi hermana mayor, mi padre.

Mucho reclaman tu rostro, tu corazón, tu cuerpo porque así, por mí te privaste de algo, así me criaste. Junto al fogón, en el hogar sobre mí cabeceabas (preocupada) si me habías lastimado… porque por mí temiste que algo imprevisto pudiera ocurrir; no con tranquilidad hiciste el sueño, el descanso; bien por mí velaste y con tu mano recogías mi orina, mi excremento; no con tranquilidad, no apaciblemente (no sin dificultades), venía a derramarse tu lechita que en mi boca echaste…

 …me das lo que pone de pie, lo que hace vivir. ¿Y yo qué te daré en pago? ¿Con qué apaciguaré a tu corazón, a tu cuerpo? Porque aún soy muchachita, porque aún soy niñita, porque aún amontono la tierra… y todavía no maduran mi rostro, mi corazón.

 Y como lo quiera el Señor, el Señor Nuestro [Totecuhtli], acaso será mi don, acaso será mi merecimiento lo que me has dicho, lo que me has dado, un labio, una boca [tú palabra, tú platica], tu llanto, tus lagrimas. Y tú acaso merecerás en alguna parte un poquito, el calor, lo tibio, su calor, su tibieza del Señor Nuestro. ¡Si me lo diera (ojalá sea mi don) ahora que mucho ha hecho otorgamientos tu corazón. Yerguete mi hermana mayor!”

 

Fuente: Miguel León-Portilla y Librado Silva Galeana, Huehuetlahtolli. Testimonios de la Antigua Palabra, México, Secretaria de Educación Pública, Fondo de Cultura Económica, 1991, pp. 91-100

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